El rey tenía una pena como una nube negra,
que no lo dejaba pensar.
Y, si uno no piensa, todo sale mal:
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El rey tenía una pena como una nube negra,
que no lo dejaba pensar.
Y, si uno no piensa, todo sale mal:
las carreteras se tuercen, los puentes se caen,
los barcos pierden sus mercancías…
Los secretarios llegaban a palacio,
un día sí y otro también,
con sus carteras llenas de problemas;
pero, de la cabeza del rey,
no salía nada de nada.
A un rey apesadumbrado los problemas le llovían por doquier.
Después de observarlo con atención, una comisión de sabios resuelve que le conviene cambiar de hábitos: pasear, hacer ejercicio pero, sobre todo, cambiar de dieta.
A falta de un buen chef, optan por convocar el puesto de cocinero real y cubrir la vacante. Con sus mejores recetas, se presentan en palacio cocineros de todos los lugares. Y también Mencía, una joven decidida que, a pesar de haber visto que en el bando ponía claramente que buscaban a un cocinerO, no se amedrenta y, echando mano del recetario de su abuela y de algo más…, prepara un suculento menú que llega directo al corazón del rey. ¿Cuál será su secreto?, se preguntaban todos…
Lo bien hecho siempre es de provecho, pero si además, lo aderezamos con ilusión, cariño y alegría, difícilmente puede salir mal. Este es uno de los secretos de Mencía y el mensaje optimista que nos transmite esta historia.
Soledad Felloza, contadora uruguaya, afincada en Galicia, ganó con esta historia el Premio de Narración Oral
COCINA DE CUENTOS, en el que participaron contadores de España, Portugal y Polonia.
La autora destaca en esta historia el valor de la cocina cotidiana, sin artificio pero con un especial “savoir faire” y, sobre todo, mucho amor, como la que siempre han hecho las madres y las abuelas. Sabores y olores que nos acompañan, capaces de conmovernos solo con su recuerdo, como le sucede al rey de esta historia. Ni los ingredientes más exóticos, ni las recetas más sofisticadas de los grandes chef consiguieron quitarle al rey su tristeza y su apatia y darle ánimos para enfrentarse a las cosas de palacio (que iban mal y despacio).
La cocinera del rey nos adentra en un mundo de colores, sabores y olores característicos de la cocina tradicional,
la que se hace a fuego lento, con amor y productos de la tierra. Pero, de la mano de Mencía, descubrimos también el valor de la pequeñas cosas, de lo cotidiano, ya que ella es capaz de elaborar deliciosas recetas basadas en la sencillez de sus ingredientes.
También habla de las emociones, de dejar nuestra huella en lo que hacemos. Así, Mencía no solo pone el conocimiento de la receta, si no también el mimo, el cuidado, su corazón.
Sandra de la Prada ha intentado con la imagen plasmar todo este mundo de gustos y aromas, ofreciendo una propuesta plástica llena de frescura y de color. A través de unas imágenes limpias y luminosas, podemos seguir las andanzas de esta pequeña pelirroja que logra convertirse, en contra de todo pronóstico, en cocinera del rey.
La ilustradora catalana refuerza el caracter desenfadado de la niña con el color de la ropa: “Mencía lleva un vestido fucsia porque es un color muy alegre y a la vez, apetitoso. La mezcla de éste con su melena pelirroja y su pequeña estatura me pareció que la hacían más pizpireta y decidida, que es como yo la veía. Las formas redondeadas de su vestido me ayudaron a darle dinamismo y movimiento”.
Para enfatizar el tono humorístico del cuento, acompañan a Mencía dos gatos que, en palabras de la ilustradora, “aunque no salen en el texto, consiguen hacerse casi tan protagonistas como ella: la ayudan, hacen gamberradas, participan de la historia…”.
Tanto en la narración escrita como en la propuesta plástica, la naturaleza cobra un protagonismo especial: jarrones con flores, plantas aromáticas… Una naturaleza que sirve, sin duda, como fuente de inspiración en muchas recetas tradicionales.
Una historia que desborda optimismo por los cuatro costados y que nos enseña a valorar la cocina, no solo como base de nuestra cultura, si no como parte de nuestra vida, de nuestras emociones y recuerdos.
Texto de Soledad Felloza
Ilustraciones de Sandra de la Prada