Era una vez un conejo
al que solo le gustaba lo verde:
lechugas verdes,
brécoles verdes,
coles verdes,
guisantes verdes,
espinacas verdes,
alcachofas verdes,
pimientos verdes…
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Era una vez un conejo
al que solo le gustaba lo verde:
lechugas verdes,
brécoles verdes,
coles verdes,
guisantes verdes,
espinacas verdes,
alcachofas verdes,
pimientos verdes…
Cuando sus amigos del bosque le ofrecen otros alimentos, los rechaza por su color: zanahorias, tomate, pan…¡ni siquiera chocolate!
Muchos lectores se sentirán identi cados con nuestro protagonista. Igual que le ocurre al cone- jo, en los primeros años de la infancia es frecuente el rechazo de alimentos nuevos o desconoci- dos. Para las familias es un reto conseguir una alimentación variada, sana y equilibrada, esencial para el crecimiento y el desarrollo físico e intelectual.
La infancia es además el período de la vida en el que se desarrollan muchos hábitos, entre ellos los alimentarios. Por este motivo, álbumes como “Sopa verde” se convierten en un recurso para educar y conseguir que los niños entiendan que debemos de construir hábitos saludables.
Mezcla todo en una olla: maíz, tomate, berenjenas… y lo camu a añadiendo verduras verdes para darle color.
De esta forma, el conejo no puede evitar probar aquella apetitosa sopa y disfrutarla hasta la última gota, mientras sus amigos exclaman:
—¡Ay, qué tontorrón es este conejo! ¡Decía que solo le gustaba lo verde…!
Para la escritora Ángela Madeira, este relato es la historia de todos, pequeños y adultos: “A menudo nos aferramos a la seguridad de lo que conocemos, y tememos experimentar con lo nuevo, lo desconocido. Un mundo lleno de colores -como los de los alimentos que le ofrecen al conejo- es mucho más divertido”.
Ângela Madeira, además de jugar en la narración con los colores y los sabores, también lo hace con los números (una miguita de tarta marrón, dos trocitos rojos de tomate, tres rebanadas de pan blanco, cuatro sardinas grises, cinco berenjenas moradas…), apoyándose en la repetición, para que la lectura resulte más sencilla y divertida.
El relato mantiene el tono humorístico hasta la última página, humor que se ve acentuado por las expresivas ilustraciones de Till Charlier, que muestra a los personajes protagonizando gracio- sas escenas que van mas allá del texto y enriquecen la lectura visual.