Hace mucho tiempo,
los seres humanos vivían en poblados
y cultivaban la tierra.
Los animales salvajes también participaban en los trabajos del campo:
el león, la hiena, el elefante, la liebre,
la gacela, el mono, la tortuga,
incluso la lechuza, que era la más vieja de todos.
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Hace mucho tiempo,
los seres humanos vivían en poblados
y cultivaban la tierra.
Los animales salvajes también participaban en los trabajos del campo:
el león, la hiena, el elefante, la liebre,
la gacela, el mono, la tortuga,
incluso la lechuza, que era la más vieja de todos.
Un año hubo una sequía enorme.
El calor y el polvo lo invadían todo,
En el cielo no había nubes y la cosecha estaba a punto de perderse.
Con el fin de evitar la desgracia que se avecinaba en sus campos, los habitantes del lugar invocaban al viento para que trajera la lluvia, pero el viento no respondía. Una noche, la lechuza convocó a todos los animales y decidieron ir en su busca. El primero en ir fue el león, pero no lo consiguió. Tampoco la hiena ni la liebre. Desmoralizados, no sabían a quién enviar. La tortuga, el animal más lento de la llanura, se ofreció y finalmente consiguió, con paciencia y tesón, traer al viento que, a su vez, trajo la lluvia y así tuvieron una buena cosecha.
Charo Pita, en su última colaboración con OQO editora después de La calle del Puchero, construye un relato que nos recuerda a los cuentos tradicionales donde los personajes, sean animales o personas, a través de las experiencias narradas, transmiten enseñanzas. Así, mediante el personaje de la tortuga, vemos que la humildad, la voluntad y la constancia son más eficaces que la fuerza y la velocidad.
Pero la autora resalta también la importancia del reconocimiento. En agradecimiento a la tortuga, las mujeres del poblado fabricaron cántaros con la forma de su caparazón, que sirven para hacer música. En las fiestas, dejan que el viento entre en ellos para poder contar la hazaña de la tortuga.
La ilustradora canadiense Marion Arbona, entusiasmada por el hecho de poder dibujar animales como protagonistas, nos ofrece una propuesta plástica a base de gouache, lápices y unos toques de tinta china, en la que el color cobra gran importancia. Así, los rojos vivos (sobre todo el rojo cadmio que aporta mucha luminosidad) contrastan con los verdes para plasmar la sequía y la vegetación respectivamente. Dibujar el viento ha sido todo un reto para Arbona, que admite haber disfrutado con la b&uacut;squeda para componer a esa criatura que no es humana ni tampoco animal: “Ahora, cuando lo miro, me doy cuenta de que he estado bastante influenciada por las criaturas de Miyazaki”.
¿Quién puede vencer al viento? es un relato que atesora los conocimientos ancestrales y nos invita a revivir valores, si no olvidados, tal vez dejados de lado en nuestros días.
Texto de Charo Pita
Ilustraciones de Marion Arbona