Andaba sola por el prado. Rumiaba noche y día, día y noche. Todos estaban preocupados: —Si sigue así de rara… ¡la vaca Condesa perderá la cabeza!
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Andaba sola por el prado. Rumiaba noche y día, día y noche. Todos estaban preocupados: —Si sigue así de rara… ¡la vaca Condesa perderá la cabeza!
Alarmados por la situación, todos los amigos de la vaca Condesa se reúnen y deciden elegir al mirlo como interlocutor y que sea él quien le pregunte cuál es el motivo de su aflicción: —Es que el tábano me ha picado en el trasero, el muy salvaje… le revela enfadada. Hallado el problema, la solución se aventura rápida. No es así.
A partir de este momento comienza una concatenación de causas con las que se descubre por qué la vaca Condesa no menea el rabo, no da leche, no hace buenas boñigas para el abono… El ecosistema está compuesto por una serie de eslabones (los seres vivos). Todos están interconectados entre sí y con el medio natural. Si uno deja de cumplir su función, el equilibrio y la cadena se rompen. Y esto es lo que le recuerdan a la vaca Condesa los personajes que acuden a resolver sus quejas: el tábano le pica, el pastor no la mira y solo ordeña a la oveja, el perro Canelo no deja de ladrarle… No obstante, existe un motivo que subyace como origen principal de su apatía. Las intervenciones del tábano, la oveja, el granjero Tomás y el perro Canelo, ayudarán a conocer lo que le ocurre a la protagonista.
Sin embargo, son especialmente claves en la historia los pájaros. En los cuentos, las aves suelen simbolizar la libertad y también la ayuda. Así, en este relato el mirlo es el primero en armarse de paciencia y atreverse a preguntarle a la vaca Condesa lo que le ocurre. Por su parte, el cuco es quien advierte lo que verdaderamente le preocupa. Gracias a su perspicacia se desenmascara que nuestra protagonista más que enfadada, estaba tristona: —¡No te lamentes, Condesa! Ya muges, das leche y embistes. ¿A qué viene esa cara? Los cuentos no solo estimulan la fantasía, sino que cumplen una función terapéutica porque ayudan a canalizar los sentimientos. Cuando el niño lee o escucha que, por fin la vaca sonrió, ya que necesitaba un poco de mimo como todos de vez en cuando, podrá de pronto reconocerse a sí mismo o reconocer esta urgencia de afecto en el otro y, como en esta historia, resolverlo. Este es un relato sobre la importancia del afecto: el de uno hacia sí mismo y el de nuestro entorno. Ambos son imprescindibles.
A la ilustradora Evelyn Daviddi la atrapó el tono irónico y divertido de la historia y descubrió en el texto de Juan Alfonso Belmontes un “mensaje oculto” que “demandaba una interpretación con sensibilidad”. La protagonista es una vaca, a la que Daviddi con sus gestos, rostro y colores ha conseguido dar expresividad humana: zapatos de tacón en lugar de pezuñas, peinado Bob, medias de red… La ilustradora se ha centrado en la cara de Condesa para transmitir al lector su tristeza, su enojo y soledad… alternando melancolía y dulzura. Daviddi eligió el collage para humanizar a la protagonista, “como si cada página de este libro fuese una caja llena de recuerdos y memorias”. La misma intención muestra en la mezcla de colores cálidos (beis, tierra, ocre) con rojos y rosas; o en la combinación de estampados de lunares con los de flores: “ofrecer delicadeza y candidez al mismo tiempo”. La artista admite la búsqueda de una doble lectura en sus imágenes. Una, divertida, a través de la “expresividad” de los animales y los colores y texturas de “escenarios surrealistas”. Otra, emotiva y tierna, a través de la vaca Condesa que solicita —al igual que todos en el algún momento de la vida— una mirada de aprobación.
Texto de Juan Alfonso Belmontes
Ilustraciones de Evelyn Daviddi